La guinda de la torta: dos jóvenes muertos, un gobierno ausente y la vergüenza de un fútbol sin alma
El 10 de abril será recordado, no por un resultado deportivo, sino por el estallido de una vergüenza que ya no cabe en los diarios ni en la conciencia colectiva. Dos jóvenes hinchas de Colo-Colo, con sus entradas en mano, murieron mientras esperaban ingresar al Estadio Monumental para alentar a su equipo en un partido de Copa Libertadores. La tragedia no ocurrió dentro del campo de juego, sino en la antesala de un espectáculo que, a pesar de todo, siguió su curso como si nada. Como si la muerte pudiera esperar. Como si los responsables pudieran seguir haciéndose los desentendidos.
El Ministerio de Seguridad, reactivo y siempre un paso atrás de los hechos, se pronunció tarde y mal. Mientras los cuerpos aún yacían sobre el asfalto, sin justicia, sin respeto, sin memoria, el balón seguía rodando dentro de la cancha. No hubo minuto de silencio. No hubo suspensión. No hubo humanidad.
¿Y dónde estaba el gobierno? ¿Dónde el Estado, ese que promete orden y seguridad bajo la bandera de un socialismo que, en su versión local, ha mostrado una preocupante falta de oficio, decisión y sentido común? La respuesta es brutal en su silencio. La inoperancia de las autoridades no es nueva, pero este hecho la desnuda con una claridad obscena. Dos jóvenes muertos mientras el país observaba, y nadie detuvo el show. Como si los muertos fueran cifras. Como si la violencia fuese un mal necesario.
Mosa, el mandamás de Blanco y Negro, guardó silencio. No asumió ninguna responsabilidad. Se lavó las manos como Pilato ante la multitud. No hubo autocrítica, no hubo dolor, solo la defensa de una institucionalidad futbolística que hace mucho dejó de representar a su gente. Que vive del fervor popular, pero se esconde tras los muros altos cuando el fervor se transforma en furia.
Y mientras tanto, en las gradas, algunos hinchas —muchos encapuchados, otros simplemente arrastrados por la masa— rompieron vallas, causaron desmanes y convirtieron otra vez el Estadio Monumental en una zona de guerra. Este tipo de actos vandálicos ya no sorprenden, porque se repiten como un rito trágico cada vez que Colo-Colo juega en casa. Los bienes públicos destrozados, la violencia desatada, la policía desbordada. Siempre el mismo libreto. Siempre la misma indiferencia.
La muerte de estos jóvenes no es una excepción, es el síntoma terminal de un sistema enfermo: un fútbol sin alma, un Estado sin reflejos, una dirigencia sin coraje. Esta no es solo una tragedia, es la guinda de la torta de la delincuencia, de la desidia, de la impunidad.
Hoy lloramos a dos jóvenes que solo querían ver jugar a su equipo. Mañana, si no hacemos algo, serán más. Y el estadio seguirá lleno, y el partido seguirá jugándose, y nadie detendrá el reloj. Como si la vida valiera menos que un gol.