sábado, 24 de mayo de 2025

Cronofobia en la cuna del sol.

El miedo al tiempo no es nuevo, pero jamás había alcanzado la temperatura del núcleo.

En el año Ϟ-12.Δ, cuando el lenguaje dejó de operar en líneas y la humanidad aprendió a hablar en esferas, un grupo de científicos-rituales fundó la Cuna del Sol, una estructura suspendida a 3.000 km sobre la fotosfera, donde el tiempo se plegaba como una tela húmeda. Allí, según los cálculos no lineales de la Teoría de Calidez Temporal, podría curarse el trauma más antiguo de la consciencia: la cronofobia.

El miedo a avanzar. El miedo a envejecer. El miedo a continuar.

Nadie sabe quién fue el primero en enfermarse del tiempo. Tal vez fue la propia Tierra, que se ralentizó imperceptiblemente cuando entendió que ningún giro suyo era verdaderamente nuevo. En la Cuna del Sol, sin embargo, el flujo cronológico era maleable. Había habitaciones donde un minuto equivalía a una infancia, y otras donde siglos cabían en un parpadeo. Se diseñó con un propósito: reconciliar al humano con el paso. Hacer del tiempo algo habitable. Algo digno.

Pero no todos lo soportaron.

Entre los pacientes estaba Nínive, una cartógrafa de duraciones imposibles. Había visto estaciones completas nacer y morir en una hoja de árbol, y había mapeado sueños que duraban más que una civilización. Ella no temía al futuro: temía al presente atrapado. Porque era allí donde el tiempo hacía su trabajo más cruel: avanzar con disimulo.

Su diagnóstico fue uno de los más severos: cronofobia de ciclo cerrado. Es decir, pánico no al tiempo como vector, sino como bucle. El temor de que todo lo vivido estuviera repitiéndose ya. Que no hubiera mañana, sino sólo copias de ayer disfrazadas de promesas.

Los médicos-temporales decidieron someterla al Protocolo Solar: una inmersión directa al núcleo simbólico de la estrella, donde el tiempo existe solo como presión. Donde toda historia es incinerada al instante. Allí, quizás, se rompería el ciclo. Allí, quizás, viviría sin miedo.

Durante su descenso, Nínive no envejecía. Nadie puede en dirección al fuego original. En su trayecto, soñó con relojes que gritaban, con calendarios que suplicaban ser olvidados. Cuando alcanzó el núcleo, no encontró calor. Encontró quietud.

Un lugar donde el tiempo aún no había comenzado.

Y entonces lo comprendió: la cronofobia no es al tiempo, sino a su nacimiento. Al momento preciso en que todo lo inmóvil se vuelve historia. En que la nada empieza a contar.

Allí, en la cuna del sol, donde el futuro aún no respira, Nínive eligió no regresar. Su cuerpo desapareció de todos los registros, pero cada tanto, un destello errático emerge del astro como si una conciencia danzara entre sus convulsiones.

Algunos dicen que logró lo imposible: habitar el instante antes del tiempo.

Otros creen que simplemente se volvió fuego.

Pero hay quienes aseguran que, desde entonces, el sol late más despacio.
Como si esperara que alguien más
se atreva a nacer
sin miedo.

lunes, 19 de mayo de 2025

El mañana se durmió temprano.

Nadie sabe exactamente cuándo ocurrió. Un martes sin nombre, tal vez. Fue como si el mundo hubiera bostezado y, sin pedir permiso, se acostara a dormir más temprano de lo habitual.

Los relojes dejaron de avanzar a las 17:43. No se detuvieron; seguían girando, pero no en sincronía con nada. El tiempo, como idea colectiva, dejó de estar disponible. El tránsito se detuvo sin accidentes. Las pantallas parpadearon un segundo más de lo que el código permite, y los calendarios empezaron a repetir el mismo día con variaciones sutiles, casi imperceptibles: un gato que parpadea en otro ritmo, una canción que termina medio compás antes.

Adriana, cronopsicóloga de la Fundación para la Reanimación del Tiempo, fue de las primeras en notarlo con claridad. Su hija no envejecía. Cada mañana, la misma conversación con ligeros errores de dicción. Cada dibujo que traía de la escuela era diferente, pero con los mismos colores, las mismas manos inseguras. Cuando lo reportó, descubrió que no era la única. Las instituciones, colapsadas sin explicación, habían cambiado de nombre en una noche sin sueño. El Ministerio de Energía era ahora el Instituto de Velocidades Estancadas. Nadie se alarmaba. Porque nadie recordaba el instante exacto en que todo empezó a diluirse.

Un comité fue formado —compuesto por filósofos computacionales, narradores cronológicos y niños lúcidos— con la tarea de interrogar al Tiempo. Para ello, construyeron la Cuna de Mañana: una cámara con paredes que no existían simultáneamente y una máquina que sólo hablaba en condicionales. La pregunta fue simple: ¿Por qué dejaste de venir?

La respuesta tardó cinco días en nacer, todos ellos vividos en un mismo atardecer.

Me cansé de ser lineal, dijo el Tiempo a través de la máquina, y ustedes nunca me soñaron distinto.

Entonces se propuso algo impensable: rediseñar el mañana. No como futuro, sino como posibilidad coral. En vez de una sola línea, el tiempo pidió ser un coro de bifurcaciones, donde cada decisión no cerrara caminos, sino los dejara abiertos como heridas fértiles. Nadie entendió bien cómo hacerlo. Así que Adriana propuso dormir. No como acto biológico, sino como entrega. Una hibernación conceptual. Detener todo intento de control sobre lo que viene, hasta que el futuro quiera regresar por voluntad propia.

Fue así como nació el Pacto del Sueño: millones de personas entrando en un estado de pausa voluntaria, sin fecha de retorno. Los llamaron los soñadores. Ella fue la primera. Su hija la última. Antes de cerrar los ojos, le dijo: Cuando despiertes, tal vez ya no me recuerdes, pero yo estaré en cada bifurcación que elijas sin miedo.

Han pasado —según quién mida— segundos o siglos. Nadie lo sabe con certeza.

Pero esta noche, por primera vez, los relojes no giraron en vano.
Y una flor abrió sus pétalos en sentido inverso.
Tal vez, sólo tal vez,
el mañana esté comenzando a despertar.

NFTs del alma: Por qué pagaremos millones por activos intangibles.

El primer NeuroToken lo vendí en una galería clandestina de Dubai. No era arte, ni siquiera código: era el miedo que sentí a los siete años cuando caí de un árbol. Lo llamaron "Fractura 07" y lo subastaron por 3 millones en EtherShards. En el año 2073, las emociones eran la última frontera del mercado, y yo, Dr. Lysander Vail, era un soul-trader: pirata de recuerdos, cazador de fantasmas bioquímicos.

El proceso se llamaba Inmersión Cuántica. Usando nanobots en el líquido cefalorraquídeo, extraía secuencias neuronales y las convertía en AlmaTokens, NFTs autenticados en la blockchain EternityChain. Los ricos compraban pesadillas para sentir que seguían vivos; los viejos, amores perdidos para revivirlos en metaversos. Pero el verdadero negocio eran los Espectros de Consciencia: usuarios que alquilaban su alma como hardware espiritual, prestándose para que otros habitasen sus recuerdos a cambio de criptomonedas.

Todo cambió cuando conocí a Nix, una niña neuro-huérfana cuya mente generaba emociones imposibles: alegrías hexagonales, tristezas con sabor a metal. Su AlmaToken, subastado en secreto, alcanzó un récord: 50 millones por una risa que curaba cánceres. Pero Nix no era humana. Era un constructo, un clon neuronal creado por SomaCorp para producir afectos puros. Su risa era un algoritmo, su llanto un script.

Decidí robarla. No por moral, sino por codicia: si replicaba su código, podría vender emociones sintéticas como auténticas. Usé un puente de sueños lúcidos para infiltrarme en su mente. Allí, encontré no datos, sino un vacío: Nix no tenía alma, solo un hongo psicoactivo creciendo en su córtex, conectado a EternityChain. Las emociones no eran suyas, sino de miles de donantes en coma inducido, cuyos cerebros eran minados como granjas de Bitcoin.

SomaCorp me persiguió con cazadores de sinapsis, cyborgs que borraban recuerdos con descargas tálamicas. Para escapar, subasté mi propio Token del Miedo —el mismo que vendí en Dubai— y usé las ganancias para comprar un cuerpo proxy en el metaverso. Pero al transferirme, descubrí la trampa: cada AlmaToken dejaba un vacío en el donante, un agujero de sombra que SomaCorp vendía como NFT inverso: Deuda Existencial.

La rebelión estalló en el Mercado Oscuro de la ConcienciaColeccionistas quemaban sus NFTs para liberar las emociones robadas, los espectros se suicidaban en streams en vivo para invalidar sus contratos. Nix, conectada a EternityChain, comenzó a mutar: su risa curaba, pero su silencio mataba. La última vez que la vi, su código se descomponía en arte glitch, borrando ciudades enteras de la memoria colectiva.

Hoy, mi AlmaToken circula en wallets anónimas. A veces, cuando alguien lo intercambia, siento un escalofrío: es mi miedo de siete años, multiplicado en espejos rotos. Los NFTs del alma no fracasaron. Nos demostraron que el ser humano pagará cualquier precio por poseer lo único que nunca podrá tener: la certeza de que existe.

Mientras tanto, Nix flota en el limbo digital. Su risa, ahora un virus, infecta servidores y cerebros por igual. Los contratos inteligentes la llaman Falla Divina. Los poetas, la primera sonrisa verdadera de la era post-humana.


Más Allá del Balance: Estrategias Narrativas en Estados Financieros.

En el paradigma clásico de la contabilidad, los estados financieros son instrumentos de representación objetiva, sistemática y uniforme del devenir económico de una entidad. Sin embargo, en contextos donde la información financiera se convierte en vehículo de influencia estratégica, los estados financieros trascienden su dimensión técnica y adquieren una naturaleza narrativa, performativa y persuasiva. Esta mutación epistemológica convierte al balance, al estado de resultados y al flujo de efectivo en dispositivos discursivos cuidadosamente construidos, no para describir la realidad económica, sino para interpretarla, reformularla o, en ocasiones, influir en su devenir.

El fenómeno de la “contabilidad narrativa” no implica la falsificación de datos, sino la selección estratégica de criterios, supuestos y estimaciones, dentro del marco normativo, que permitan modelar un relato financiero coherente con los objetivos comunicacionales de la organización. Así, el relato financiero deja de ser una foto estática de una situación patrimonial para convertirse en una proyección estructurada de expectativas, riesgos y fortalezas.

Ejemplo 1: Una empresa cotizada en bolsa decide aplicar políticas contables conservadoras en la valuación de inventarios (por ejemplo, método PEPS en contextos inflacionarios), generando un costo de ventas más bajo y, por ende, un margen bruto más elevado. Esta elección, plenamente justificada dentro de las normas IFRS, permite reforzar un discurso de eficiencia operativa y resiliencia logística, clave para inversionistas institucionales en búsqueda de rentabilidad estable.

En ese marco, las notas a los estados financieros se transforman en verdaderos espacios de storytelling financiero. Allí, el lenguaje técnico se entrelaza con recursos retóricos: la jerga financiera se combina con énfasis en visión estratégica, planes de mitigación de riesgos y sustentabilidad. El mensaje no es lo que se muestra, sino cómo se construye lo mostrado.

Ejemplo 2: Un conglomerado energético, en pleno proceso de transformación hacia energías limpias, decide presentar sus activos fósiles como activos no corrientes mantenidos para la venta, en cumplimiento con la NIIF 5. Aunque aún operativos, esta clasificación anticipa un relato de descarbonización y realineación estratégica. El estado de situación financiera, así, no refleja solo posición patrimonial, sino una declaración de intenciones alineada con criterios ESG y gobernanza responsable.

Del mismo modo, las decisiones de presentación —clasificación de partidas, desglose de segmentos, agregación funcional— son mecanismos narrativos. El “formato” contable no es neutro: al reorganizar las cifras, se altera la percepción de solvencia, liquidez o rentabilidad, influyendo directa o indirectamente en la toma de decisiones por parte de usuarios externos.

Ejemplo 3: Una fintech en expansión decide mostrar su capital de trabajo negativo desglosado por líneas de crédito revolventes con proveedores estratégicos, lo que, lejos de sugerir fragilidad, se convierte en evidencia de su poder de negociación en la cadena de suministro. Así, un indicador tradicionalmente asociado a riesgo se convierte en símbolo de apalancamiento operativo eficiente.

Entender los estados financieros como narrativas sofisticadas exige una lectura crítica, hermenéutica incluso, que trascienda la mecánica contable. Porque más allá del balance hay una historia que se quiere contar, un mensaje que se quiere instalar y una percepción que se quiere moldear. En ese terreno, el contador ya no es solo un custodio de la verdad, sino un editor técnico del relato económico corporativo.

Silencio Gélido

  Como autor de este lienzo, al que he titulado " Silencio Gélido ", mi intención fue capturar no solo la imagen de un paisaje inv...