En el paradigma clásico de la contabilidad, los estados financieros son instrumentos de representación objetiva, sistemática y uniforme del devenir económico de una entidad. Sin embargo, en contextos donde la información financiera se convierte en vehículo de influencia estratégica, los estados financieros trascienden su dimensión técnica y adquieren una naturaleza narrativa, performativa y persuasiva. Esta mutación epistemológica convierte al balance, al estado de resultados y al flujo de efectivo en dispositivos discursivos cuidadosamente construidos, no para describir la realidad económica, sino para interpretarla, reformularla o, en ocasiones, influir en su devenir.
El fenómeno de la “contabilidad narrativa” no implica la
falsificación de datos, sino la selección estratégica de criterios, supuestos y
estimaciones, dentro del marco normativo, que permitan modelar un relato
financiero coherente con los objetivos comunicacionales de la organización.
Así, el relato financiero deja de ser una foto estática de una situación
patrimonial para convertirse en una proyección estructurada de expectativas,
riesgos y fortalezas.
Ejemplo 1: Una empresa cotizada en bolsa decide
aplicar políticas contables conservadoras en la valuación de inventarios (por
ejemplo, método PEPS en contextos inflacionarios), generando un costo de ventas
más bajo y, por ende, un margen bruto más elevado. Esta elección, plenamente
justificada dentro de las normas IFRS, permite reforzar un discurso de
eficiencia operativa y resiliencia logística, clave para inversionistas
institucionales en búsqueda de rentabilidad estable.
En ese marco, las notas a los estados financieros se
transforman en verdaderos espacios de storytelling financiero. Allí, el
lenguaje técnico se entrelaza con recursos retóricos: la jerga financiera se
combina con énfasis en visión estratégica, planes de mitigación de riesgos y
sustentabilidad. El mensaje no es lo que se muestra, sino cómo se construye lo
mostrado.
Ejemplo 2: Un conglomerado energético, en pleno
proceso de transformación hacia energías limpias, decide presentar sus activos
fósiles como activos no corrientes mantenidos para la venta, en cumplimiento
con la NIIF 5. Aunque aún operativos, esta clasificación anticipa un relato de
descarbonización y realineación estratégica. El estado de situación financiera,
así, no refleja solo posición patrimonial, sino una declaración de intenciones
alineada con criterios ESG y gobernanza responsable.
Del mismo modo, las decisiones de presentación
—clasificación de partidas, desglose de segmentos, agregación funcional— son
mecanismos narrativos. El “formato” contable no es neutro: al reorganizar las
cifras, se altera la percepción de solvencia, liquidez o rentabilidad,
influyendo directa o indirectamente en la toma de decisiones por parte de
usuarios externos.
Ejemplo 3: Una fintech en expansión decide mostrar
su capital de trabajo negativo desglosado por líneas de crédito revolventes con
proveedores estratégicos, lo que, lejos de sugerir fragilidad, se convierte en
evidencia de su poder de negociación en la cadena de suministro. Así, un
indicador tradicionalmente asociado a riesgo se convierte en símbolo de
apalancamiento operativo eficiente.
Entender los estados financieros como narrativas
sofisticadas exige una lectura crítica, hermenéutica incluso, que trascienda la
mecánica contable. Porque más allá del balance hay una historia que se quiere
contar, un mensaje que se quiere instalar y una percepción que se quiere
moldear. En ese terreno, el contador ya no es solo un custodio de la verdad,
sino un editor técnico del relato económico corporativo.
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